domingo, 16 de agosto de 2015

El Señor de los Perdigones. Capítulo 11

Un poco cohibido por el despliegue de elocuencia y erudición que acababa de presenciar, Alvatuk prosiguió:

 -Lo que ocurrió es que Azjerotamir se la regaló personalmente al orco Hag-ürug-gil como obsequio y tributo en la celebración de un encuentro de paz y gastronomía entre orcos y hombres en la Laveciyathar, y en el encuentro del año siguiente la mosca en cuestión estaba en una vitrina con un cartel de "Se vende. 15 monedas de oro. Negociables".
 -Pues no le estuvo mal empleado, eso le pasa por hacerle la rosca a un orco. Pero bueno, la mosca puede pasar y 15 monedas de oro no es un mal precio -afirmó Gandalpé-. Cuida mucho de que nadie te la quite porque en esa mosca se concentra un gran poder telúrico. Eres la única persona en el mundo que ha comprado una mosca de Azjerotamir. Aunque bien mirado, como el que ha cobrado ha sido el orco, no sé si técnicamente esto cuenta como una venta. Y en último término si le quitas las plumas puedes aprovechar el anzuelo, que parece bueno.
 -En realidad no fueron quince monedas de oro -admitió Alvatuk, un poco cabizbajo-. Ese era el precio para los de aquella comarca, pero cuando me vio la pinta de turista me lo subió un poco. Luego me di cuenta de que esas son las prácticas habituales de estos orcos. Tenías que ver las plumas de culo de pollo que estaban encalomando a los forasteros ignorantes, y cómo se descojonaban cuando se lo contaban unos a otros entre jarras de cerveza y lonchas de embutido. Yo creo que otro año deberíais asistir a ese encuentro para saber con quienes os estáis jugando los cuartos. Pero de incógnito y convenientemente disfrazados, que si no es fácil que os traigas puesta una buena somanta.

Mientras la conversación discurría Fcodo no dejaba de mirar a Alvatuk con resentimiento al tiempo que sujetaba en su mano un machete de monte.

 -Alvatuk, no creí que fueras tan ruin de haberme quitado mi machete de autoprotección cuando voy por ríos peligrosamente comprometidos.
 -Fcodo, vuelvo a sonrojarme ante ti, pero es una de las piezas más preciadas de mi tesoro, en el machete te veo reflejado a tí, a lo que eres y lo mucho que representas para mí.

Emocionados los dos hobbits se abrazaron no sin dejar que alguna lágrima atravesara con cierta dificultad la oronda y dura cara de Fcodo.

 -Quédatelo, es tuyo. –Dijo Fcodo visiblemente conturbado-
 -Nunca olvidaré este gesto. Siempre lo llevaré conmigo como tú lo has llevado por todos los ríos de la Tierra Media hasta que te lo burle.
 -¿Estas moscas tan geométricas de dónde las has sacado Alvatuk?
 -Son de Gollumero. Se las levanté hábilmente en una tarde de montaje en el almacén de Xarnegar.
 -Pero…
 -No me digas nada Fcodo, tienen poderes, cuando las haces girar sobre su eje crean un cono de proporciones perfectas que hace que en las truchas se despierte su instinto depredador más arcano y son capaces de colocarse en las posturas más difíciles del río solo con mirar en donde quieres posarla.
 -No me lo puedo creer –respondió Sam que estaba empezando a sopesar la posibilidad de meter todos los tesoros en su bolsa amarilla-
 -Tú es que no has visto pescar a Gollumero. Nadie se explicaba de donde procedía la gran habilidad de la que presume y que muy pocos han visto, y resulta ahora que es de la magia de sus moscas –concluyó Gandalpé-, sin duda es un poder mágico que le otorgó el Gran Mago Negro Saurancho.
 -Pues va a ser eso o que miente más que habla –dijo Jumberimir-; de todas formas a Gollumero sólo lo han visto pescar los más íntimos que han sido invitados al Loz-oyämith; sólo él tiene la llave mágica forjada por los enanos del valle que abre las puertas de los pasos de Rascugfriag.
 -¿Y esa ninfa tan gorda? -preguntó de nuevo Jumberimir-.
 -Se la robé a un hombre-orco en Astur-natur en la batalla de Lafigalien, solo sé que se llama “porlachaqueta”.
 -No, no digo ésa, me refiero a ésa otra tan gordísima y extraña – dijo Jumberimir señalando a un engendro montado en un anzuelo triple del 4-.
 -Eso no es una ninfa Jumberimir, es un artefacto al que llaman risco, que usan los orcos de Galithornmtih para descogotar reos por la noche. La pude recoger de un árbol en el Eo-haradüll mientras vimos pescando a los orcos de Urugluis-piagür. Uno de ellos se lo había dejado enganchado de una rama.
 -¿Y esto? –preguntó Bermundapesca-. ¿Esa es la famosa línea aserranillas de la que tanto hablan?
 -La misma, está hecha de Dacronium, un material más duro que el mismísimo Rhitmyl. Es el único objeto que he comprado. Me la vendió un orco bajito y gordo llamado Gloin-rojo que llevaba un váder mixto, mitad de pescador, mitad de pocero, con unas katiuscas pegadas con Sikaflex. No penséis que fue fácil hacerme con él. Antes de poder alcanzar un acuerdo en el precio, me sometió a fuerte presión psicológica para poder así negociar un acuerdo provechoso para él. Primero te aturdía con su cháchara incompresible, y luego te colocaba la línea.
 -¡¡ Basta !! No quiero recordar más a Gloin-rojo – dijo Fcodo torciendo el gesto-. Aún recuerdo su traición en los pasos de Tajordarhüll. Es un traidor que se viste con ropajes de caballero. Ambos nos tratábamos de “maese” y “vuecencia” en élfico antiguo, pero detrás de su fina voz y su exquisita educación se encontraba un auténtico traidor que cayó en las redes del pérfido Saurancho.


Ante semejante exabrupto todos quedaron en silencio, hasta que por fin de entre sus ropajes Alvatuk sacó las gafas de culovaso, que estaban hechas de Rhitmyl, según se relata en la Canción de Valadür. Allí se narra cómo fueron fabricadas con este mineral que extrajeron los Reyes Enanos en el reinado Flöyn de las entrañas de la tierra en las minas de Constanmoria y que cuando la luz del sol incide sobre ellas desvían el rayo y hacen que el epoxy de los perdigones solidifique sin necesidad de darle con una linterna de luz azul de los chinos.

 -Estas gafas las llevo siempre conmigo por el valor intrínseco, absoluto y taxativo que poseen –dijo Alvatuk-. Sé que su pérdida puede desencadenar un tiempo oscuro en el que los orcos descogotadores y las fuerzas oscuras de Saurancho tomen el control absoluto de la Tierra Media extendiéndose desde el norte en Galithornmtih y se oscurecerán los páramos de Al-carria-narüll hasta Astur-natur y desde Cuen-cadur hasta Cáce-resrhin.

Todos las contemplaron con admiración y un respeto no exento de temor por la responsabilidad que suponía ser sus portadores, pues eran conscientes del riesgo que entrañaba su pérdida y que cayeran en manos de los esbirros de Saurancho.
Sam rompió el silencio.

 -Extraño lugar ese Cuen-cadur. Me han dicho que allí hay mucha basura.
 -Cierto –respondió Fcodo-. Allí di yo mis primeros pasos como caballero mosquero. En la escuela de pesca de Uñaradhürl un noble mosquero de los de pluma en el sombrero me enseñó los rudimentos de las artes de la pesca a mosca. Ciertamente Cuen-cadur fue fragua de grandes mosqueros. El propio Val-Erielrond dejó los posos de su sabiduría también allí entre lances a las arco-iris del Vill-al-barthur y mojadas en las gachas que preparaba el cocinero del chiringo que allí había por entonces.
 -¡¡¡El noble Val-Erielrond pescando arco iris en un intensivo!!! –se sorprendió Sam Bolsabás-.
 -Sí mi querido Sam. Eran otros tiempos en lo que lo importante era fraguar una fuerte hermandad mosquera, aunque lo que se pescara fuera recién echao de la cuba del camión cisterna –dijo Fcodo mirando al horizonte con la vista perdida en un punto de la lejanía como quien intenta apresar en la memoria los recuerdos pasados-. Allí los antiguos caballeros mosqueros se juntaban a enseñarnos a los jóvenes sus secretos, y por un módico precio, nos enseñaban lo buenos que ellos eran pescando.
 -¿Aprendiste mucho allí, Fcodo? -preguntó Bermudapesca mientras zurcía un siete que se le habían hecho a las bermudas de palmeras con los tojos del monte-.
 -Ni hostias, pero lo importante era imbuirse del espíritu mosquero que nos transmitían los maestros y que ellos ganaran dinero trasmitiéndonos ese espíritu a los jóvenes aprendices– dijo Fcodo mientras haciendo un gesto se lleva el puño al pecho que el resto de la compañía no supo cómo interpretar, si como un gesto de recuerdo y agradecimiento a los viejos maestros, o como un gesto de echarse la mano al bolsillo de la chaqueta para recordar lo aligerada que quedaba la cartera de billetes tras haberles pagado a éstos-. Pero ahora todo ha cambiado -continuó Fcodo -. Ahora, allí, en las tierras sagradas de Cuen-cadur los orcos descogotadores perdonan la vida a las truchas arcoíris y los montaraces piden matar a las comunes. Me gustaría darles un repasito a estos orcos que sólo piensan en pescar truchas de caldero y además quieren que les duren eternamente, y por supuesto también a esos insaciables montaraces que tiene los ríos yermos de xanas en una zona que otrora fue paraíso de la pesca.
 -Pues yo no entiendo por qué un coto intensivo os resulta tan malo –espetó Jumberimir un poco exaltado -eso sí, si estuviera bien gestionado.
 -Lo que tú quieres es que cuando saques el permiso del intensivo te digan dónde acaban de soltar tu docenita y media de truchas –intervino Fcodo sin darle tiempo a intervenir a Gandalpé en evidente tono de reproche-.
 -Fcodo, tu forma de responder es la habitual de quien no está interesado en la mantener una buena discusión. Exacerbas los argumentos y además pareces disfrutar haciéndolo – respondió Jumberimir, manifiestamente violentado por el comentario de Fcodo-
 -Pues tú….
 -¡¡¡Está bien, callad ya insensatos!!! –ordenó Gandalpé tajantemente -. Reservad vuestras fuerzas para enfrentaros a los orcos de Urugluis-piagür y a los esbirros de Saurancho. Ya es hora de dormir. Alvatuk, guarda tus tesoros y descansemos que mañana será otro día muy largo.

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