domingo, 11 de enero de 2015

Carta del Mosquero Petulante a los palmeros


En aquellos tiempos llegó un profeta de los valles altos, que con ideas inconexas, un notoria disgrafia disléxica y con un soberbia inusitada consiguió crear un grupo de seguidores que a pesar de no entenderle quisieron encumbrarle como el nuevo mesías.

Sus partidarios fueron denominados palmeros y rápidamente se encasillaron en dos nuevos grupos, los que le daban palmadas en la espalda y los que con palmas desacompasadas intentaban seguir sus bambollas.
Los primeros se mostraron personas sin escrúpulos que, a pesar de saber sus deficiencias y la limitación de los conocimientos del proclamado por ellos mismos, se los ocultaron y alimentaron su ego para exponerlo públicamente y que todos pudiéramos  saber de su advenimiento. Por supuesto que no dudaron ni un momento en intentar descifrar sus diatribas y parir a medias sus elucubraciones para que consiguiera rápidamente sus aspiraciones.

Los de las chorreras en la camisa no dudaron en aceptarlo porque tenía buena carta de presentación, algunos engañados porque su lenguaje era tan incomprensible que desbordó su entendimiento y aceptaron sus tergiversaciones como un dogma de fé, otros por no entender lo que les transmitía y no querer demostrarlo, lo reconocieron sin recapacitar.

En cualquier caso la arrogancia que utilizó creó un cierto temor a la réplica en los no habituados a tratar con falsos profetas y una cierta indolencia en los que realmente sabían interpretar las escrituras, lo que le permitió hacer ostentación durante una temporada. También provocó sopor e indignación en los que trataban de leer sus escritos y conocían sus antecedentes, a ellos se enfrentó y excomulgó para no soportar el lastre que  pudiera suponer en su trayectoria.

Un día, como tantos otros falsos profetas con pies de barro, desapareció y nadie volvió a acordarse de él.