domingo, 24 de septiembre de 2017

La desmesura

Parece imposible que nuestra especie haya salido de la molicie inherente a su fatum. Somos de natural relajado, si tuviéramos la certeza de tener resuelto el peculio y careciéramos del miedo que nos han inculcado desde que empezábamos a pensar (e incluso antes, ya que algunos gremios llevan muchos siglos preocupándose de que no lo hagamos por nosotros mismos), no moveríamos ni un dedo a no ser que fuéramos a hacer algo que nos produjera algún tipo de satisfacción. Si a esto le añadiéramos la posibilidad de que –dada esta supuesta circunstancia- fuéramos bastantes menos los que pudiéramos abusar de la abundancia del planeta, seguramente no me habría dedicado a escribir este blog y no estarías leyendo los devaneos de mi teclado.

Pero el destino de nuestro linaje en algún momento cambió y comenzó una competencia en la que nunca sabremos quién es el verdadero adversario porque seguramente se nos metió dentro.  Algo nos transformó hasta el punto de que ya no hace falta que nadie imponga un censor para que limite nuestra independencia personal.

Ya quedan pocos que hagamos nuestra esa maravillosa frase de “a mí que me dejen tranquilo”, entendiendo la vida como un lugar sin complicaciones y sin saber (ni querer saberlo) que es lo que hacen los demás, ahora no nos escapamos de saberlo todo y de tener una opinión, aunque sea impuesta o elegida en uno de tantos escaparates.

Dejadme, por favor, disfrutar de la pesca sin aditivos, sin sobre-motivaciones, sin competencia, sin intromisiones comerciales, sin vigilancia y sin pregoneros. Sin el exceso de datos, ni de opiniones apadrinadas y de manipulaciones: dejad que vuestra influencia no impida el deleite cuando pesco, dejad que me lleve el ocio y no el negocio (que al fin y al cabo en la negación del primero).

Es la parvedad de tiempo del que dispongo para abandonar tanta desmesura.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Indulgencia para los necios


Arrogarse la capacidad del perdón es tanto como situarse por encima de los que son suspicaces de ser perdonados.


Hay profesionales a los que les cuesta toda una carrera poder otorgar perdones oficiales (luego se ponen un disfraz y de esta guisa se afanan por defender los valores fundamentales de los intereses establecidos); sin embargo a otros, sin la necesidad de subirse a un escaño, se nos ha concedido por el simple hecho de publicar en un blog y que otros lo lean y ponderen las razones en él expuestas. 

 
Por supuesto que el juicio que un humilde opinador como yo pueda ejercer, no tiene más consecuencias que la inoculación de una leve dosis de mi ética particular y supongo que algo de incidencia en el intento de abrir un poco las ventanas para crear una corriente que despeje tanto aire viciado como respiramos, aunque a veces se cuele un cierto tufillo de acritud posible e involuntariamente motivado por el hartazgo.
Casi todos tenemos derecho a ser perdonados cuando cometemos algún acto en contra de este bienestar que nos hemos concedido y es de reconocer que las faltas veniales que habitualmente vemos en los otros inducen a mantener altos los reflejos frente a la soberbia, la ineptitud, el exhibicionismo, la publicidad, la manipulación, la falsa humildad y el amiguismo interesado.

Para que todos los que se dejan llevar por los placeres del ego y de la codicia puedan reconciliarse con los que ya hemos llegado al punto de sublimación, propongo que la próxima temporada de pesca sea Jubilar. Por lo que si aquéllos que reproducen sin cesar sus incontenibles deseos de perpetuar la divulgación de sus ocurrencias las reducen -por lo menos a la mitad- recibirán mis indulgencias plenarias

De las faltas capitales ya hablaremos…