sábado, 9 de septiembre de 2017

Indulgencia para los necios


Arrogarse la capacidad del perdón es tanto como situarse por encima de los que son suspicaces de ser perdonados.


Hay profesionales a los que les cuesta toda una carrera poder otorgar perdones oficiales (luego se ponen un disfraz y de esta guisa se afanan por defender los valores fundamentales de los intereses establecidos); sin embargo a otros, sin la necesidad de subirse a un escaño, se nos ha concedido por el simple hecho de publicar en un blog y que otros lo lean y ponderen las razones en él expuestas. 

 
Por supuesto que el juicio que un humilde opinador como yo pueda ejercer, no tiene más consecuencias que la inoculación de una leve dosis de mi ética particular y supongo que algo de incidencia en el intento de abrir un poco las ventanas para crear una corriente que despeje tanto aire viciado como respiramos, aunque a veces se cuele un cierto tufillo de acritud posible e involuntariamente motivado por el hartazgo.
Casi todos tenemos derecho a ser perdonados cuando cometemos algún acto en contra de este bienestar que nos hemos concedido y es de reconocer que las faltas veniales que habitualmente vemos en los otros inducen a mantener altos los reflejos frente a la soberbia, la ineptitud, el exhibicionismo, la publicidad, la manipulación, la falsa humildad y el amiguismo interesado.

Para que todos los que se dejan llevar por los placeres del ego y de la codicia puedan reconciliarse con los que ya hemos llegado al punto de sublimación, propongo que la próxima temporada de pesca sea Jubilar. Por lo que si aquéllos que reproducen sin cesar sus incontenibles deseos de perpetuar la divulgación de sus ocurrencias las reducen -por lo menos a la mitad- recibirán mis indulgencias plenarias

De las faltas capitales ya hablaremos…

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