domingo, 9 de agosto de 2015

El Señor de los Perdigones. Capítulo 10

Nuestros protagonistas acamparon junto a un camino, al lado de un prado que hacía límite con el monte cerrado de eucaliptos. Encendieron el camping gas para apretarse las buenas viandas que el cocinero no dejaba de proporcionarles, y ya con la panza llena, Fcodo se recostó en una piedra y comenzó a hablar.

 -Alvatuk, todos sabemos que las gafas que encontraste en el puente de Umbralejaihr son tu prenda más preciada, cuídate mucho de ellas porque son importantes para que el perdigón único no llegue nunca a fraguar. Todos sabemos que llevas esas gafas en tu zurrón, pero además he podido observar a veces cómo hurgabas en él y revolvías entre otros muchos objetos que ahí pareces portar. Con mucha cautela, siempre que lo haces, te cuidas muy bien de no mostrarnos las otras cosas que llevas en él.
 -Tienes razón Fcodo, me avergüenzo ante vosotros por desconfiar, ya que no os muestro mis tesoros por temor a que me los trinquéis. También me sonrojo porque sé que llevo objetos que te harán recordar a tus peores enemigos. Son objetos que he ido recogiendo en nuestras aventuras. Pero primero déjame saborear esos torreznos, que si me distraigo no dejáis ni uno.

Después de degustar ricas pitanzas en el monte, Alvatuk volcó sobre una roca plana todo el contenido de su zurrón al tiempo que todos acudían alrededor esperando el relato de la obtención de tan preciados objetos.

 -Es una colección impresionante Alvatuk -dijo Gandalpé-. Me llama mucho la atención esta mosca montada al estilo tradicional de los elfos.
 -No es raro que te impresione la mosca, su reflejo áureo denota que está montada sobre un anzuelo forjado con Rhitmyl, el metal que los enanos extraen de las minas de Constanmoria. La mano que la montó es la de un estudioso de las técnicas arcanas. Lleva las vueltas justas de hilo, y es de admirar la lisura del cuerpo y la armoniosa combinación de texturas y colores. Es la obra de un maestro.
 -¡¡¡Por Valinor!!! –gritó Fcodo entusiasmado -. Una obra maestra del gran mago del montaje Azjerotamir. No hay en la Tierra Media un maestro tan respetable para mí. Sólo él y yo mismo, hemos trascendido las fronteras y nuestros montajes son conocidos allende los mares. Admiro profundamente a Azjerotamir.
 -Ya, pero no deja de ser una mosca de salmón – espetó Sam-. Y a mí me parece un poco cabezona. Yo creo que navega torcida.
 -Su valor no está solo en la genialidad del montaje ni en su efectividad en la pesca. Su verdadero valor es que se la arrebaté en desigual combate al mismísimo orco Hag-ürug-gil
 -Pero qué nos estás diciendo Alvatuk, si tiene marcado un precio de 15 monedas de oro. -Dijo Jumberimir mientras la miraba sosteniéndola con sus manos -Mira la etiqueta.
 -Eso es un detalle sin importancia. Lo bueno es su historia, que pude escuchar de la boca del mismísimo Mago Azul Gügardosul mientras disfrutábamos de una sesión de montaje de bétidos con cercos caídos en el almacén de Xarnegar. Esta mosca procede del famoso viajero Azjerotamir, que emprendió una larga travesía, junto con los hombres del norte, hacia las islas del estaño para completar sus estudios de astronomía. Y por el camino se hartó de la astronomía y le dio por copiar las moscas que los montaraces de las verdes tierras de Astur-natur, que ataban con maestría y con materiales de lo más variopinto que les proporcionaban las hadas seductoras y cuyas técnicas heredaron del inmortal Belarmiruk.
 -He oído algo de esos materiales especiales, -dijo Gandalfpé con una sonrisa enigmática-. Y también conozco la historia de Azjerotamir. Un tipo interesante, que escribía crónicas detalladas de sus andanzas y se vanagloriaba de que nunca había vendido una mosca a nadie que la fuera a usar para descogotar un pez. Lo cierto es que tengo entendido que jamás vendió una mosca, pero porque nunca nadie se la quiso comprar. Son historias confusas en las que las distintas fuentes se contradicen, aunque siempre nos quedan sus crónicas para intentar rastrear la verdad. Lo que pasa es que, en lo referente a la pesca, estos cronistas mienten más que hablan. El rellenar un pergamino tras otro para satisfacer la insaciable demanda de historias para alimentar estómagos agradecidos es una tarea agotadora, y a los pobres juntaletras se les acaban los temas.

Según hablaba Gandalfpé, Fcodo se iba poniendo colorado por momentos, hasta que estalló.

 -No compadezcas a esos malvados. Por su afán de protagonismo hordas de desnuca-pintonas han invadido nuestros más recónditos y secretos santuarios desde que los publicaron en sus pergaminos. Cómo es posible que nuestro río padre y alguno de sus ríos hijos y sobrinos hayan servido para el lucro personal de seres tan impresentables, que además se creen vacas sagradas. Y no cabe duda de que sustraen lectores a los auténticos artistas como yo mismo, que combinamos un estilo asaz grácil y personal, casi sin faltas de ortografía, que nunca descubrimos los recónditos sitios de pesca y que poseemos un inagotable caudal de conocimientos ininteligibles y una intachable ética mosquera. Mis escritos son brillantes y originales, aunque como bien sabéis, nunca lo son a la vez.
 -No me malinterpretes, que yo no los compadezco -respondió Gandalfpé -. Me sorprende comprobar cómo repiten una y otra vez lo mismo; será que las buenas ideas escasean. Estoy seguro de que nuestra descomunal y singular aventura les servirá de fuente de inspiración, y alimentará nuevos relatos épicos que perdurarán por generaciones. A ver si así dejan de copiar a los extranjeros, que ya huele.... Pero no nos desviemos del tema. Estábamos con la historia de la mosca de salmón.

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