domingo, 12 de octubre de 2014

El sofismo

Cuando rascamos un poco más allá del simple acto de pescar y la afición se encauza como un medio para subsistir, pueden darse varias versiones según las circunstancias y el devenir del visionario. Si el elegido tiene mimbres de ilustración no dudará ni un instante en difundir, negro sobre blanco, su sabiduría y su verdad a los que, desgraciadamente, en el reparto no fueron agraciados con ese don.

Estábamos acostumbrados, en los pocos medios de comunicación que le dedicaban una columna de opinión a la pesca, a leer a los mismos vehementes que poco cambiaban su razonamiento y su ideario, si acaso se lo intercambiaban con sus camaradas y antecesores para no caer en interminable repetición, por supuesto sin ningún éxito porque utilizaban los mismos pero explicados de otra forma. Básicamente trabajaban los mismos argumentarios bajo convencimiento y conociendo que sus editores lo esperaban porque era lo que supuestamente demandaban sus lectores, a saber:

  • Críticas inclementes contra el gestor (una figura que representan como ingrata, ignota e incorpórea), tanto por hacer como por no hacer, alguien tiene que cargar con el mochuelo.
  • Veneración de la figura del honrado pescador, aún a sabiendas que a muchos a los que se está dorando la píldora llevan en el fondo de su alma un furtivo latente que en cualquier momento asoma. Nunca tiene ni tendrá culpa de nada.
  • Defensa a ultranza de la muerte del animal como fin último del acto de pescar. Ninguno ha conseguido, a pesar de intentar camuflarlo, deshacerse de este atavismo grabado a fuego en su genética.
  • Inmovilismo radical, cualquier tiempo pasado fue mejor. Todo evoluciona menos la pesca. Se sitúan en su arcaico edén particular y no saben salir de él a pesar del cambio constante de las condiciones y las circunstancias.
  • Utilización de la demagogia sin tapujos apelando a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas de su público para ganar su apoyo.
  • Los que no siguen sus principios son sus enemigos. Aunque también les enseñe la cara buena porque sabe tratarlos, no dudará en utilizar cualquier arma dialéctica en su contra.

Para todos estos fines han utilizado, sin ninguna vergüenza, verdades a medias y argumentos falsos pero de apariencia verdadera con la pretensión de confundir, cuando no engañar, a sus lectores u oyentes (definición exacta de lo que es un sofista).

Afortunadamente están de capa caída y cada día son menos atendidos y menos creíbles. Pero ¿quién sabe si es mejor tener a alguno de estos figurones doctrinando a las mesnadas o que se hagan cargo otros más populistas y con menos posibilidades intelectuales pero con nuevos medios a disposición? Quizá haya suerte y alguno de los que entren al relevo se haya descolgado de los vicios y manipulaciones descritos en este artículo.

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