Un valor en alza y muy en boga en estos tiempos, cuidado de no confundirla con la evidente y tenaz inmodestia que me caracteriza.
Inadvertidos usuarios de la figura dialéctica de concessio, que como conscientemente todos los incultivados que la usan ignoran, consiste en conceder parte de la razón al adversario en el asunto sobre el que se está discutiendo; que convertido en recurso retórico, este reconocimiento parcial de conceder parte de la razón no es más que un mecanismo que tiene por objeto intensificar la importancia del resto de aspectos en los que no se concede la razón al otro.
Si la modestia es la virtud de los que no tienen otra, la que es falsa se torna en un traje demasiado grande para el que dice practicar la primera y en realidad se dedica a practicar la segunda. De esta forma trasmuta lo que es virtud en vanidad, que es el defecto de los que no tienen otra cosa que exhibir. Un traje en el que se muestran incómodos y que desde lejos se nota que no lo saben llevar. Tan es así que esta fatiga les otorga un aspecto desaliñado y menesteroso. Los vanidosos necesitan un constante reconocimiento ya que la vanidad es un mendigo que pide con tanta insistencia como la necesidad, pero mucho más insaciable.
Algo parecido sucede cuando se quiere representar un papel que no se siente y para el que no se está preparado. No es raro que se escapen ciertos tics y amaneramientos que, una vez caída la delgada cascarilla de pintura, dejen a la vista el óxido de algunas mentalidades que nunca serán capaces de reciclarse. Personalmente creo que es mucho más noble ir de cara contra los tiempos, por aquí sabemos mucho de este tipo de quijotes: “son los demás los que están locos”.
El que ha nacido para matar peces, seguirá matándolos o dejará de pescar. Eso sí, antes removerá todo el lodo que pueda para evitar que se vea claro el fondo, alguno habrá al que engañe. El que sea capaz de evitar la muerte del pez habrá demostrado que no es la vanidad la que manda en su devenir.
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