Parece imposible que nuestra especie haya salido de la molicie inherente a su fatum. Somos de natural relajado, si tuviéramos la certeza de tener resuelto el peculio y careciéramos del miedo que nos han inculcado desde que empezábamos a pensar (e incluso antes, ya que algunos gremios llevan muchos siglos preocupándose de que no lo hagamos por nosotros mismos), no moveríamos ni un dedo a no ser que fuéramos a hacer algo que nos produjera algún tipo de satisfacción. Si a esto le añadiéramos la posibilidad de que –dada esta supuesta circunstancia- fuéramos bastantes menos los que pudiéramos abusar de la abundancia del planeta, seguramente no me habría dedicado a escribir este blog y no estarías leyendo los devaneos de mi teclado.
Pero el destino de nuestro linaje en algún momento cambió y comenzó una competencia en la que nunca sabremos quién es el verdadero adversario porque seguramente se nos metió dentro. Algo nos transformó hasta el punto de que ya no hace falta que nadie imponga un censor para que limite nuestra independencia personal.
Ya quedan pocos que hagamos nuestra esa maravillosa frase de “a mí que me dejen tranquilo”, entendiendo la vida como un lugar sin complicaciones y sin saber (ni querer saberlo) que es lo que hacen los demás, ahora no nos escapamos de saberlo todo y de tener una opinión, aunque sea impuesta o elegida en uno de tantos escaparates.
Dejadme, por favor, disfrutar de la pesca sin aditivos, sin sobre-motivaciones, sin competencia, sin intromisiones comerciales, sin vigilancia y sin pregoneros. Sin el exceso de datos, ni de opiniones apadrinadas y de manipulaciones: dejad que vuestra influencia no impida el deleite cuando pesco, dejad que me lleve el ocio y no el negocio (que al fin y al cabo en la negación del primero).
Es la parvedad de tiempo del que dispongo para abandonar tanta desmesura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario