El Cestero de río. Cesterus veratus.
Ya Miguel de Unamuno citó a este raro endemismo extremeño en su breve libro de viajes: “Por tierras de Portugal y España” (1911) aunque en posteriores ediciones suprimió su descripción ante la persecución que sufrió a cantazo limpio por parte de estos salvajes relictos del Homo erectus. El Cestero de río es un homínido curioso que se pasea con parsimonia por las gargantas de las sierras de la cara sur del sistema Central, con la boca muda de saludos y un cigarrito en los labios para evitar hacer cumplidos de cortesía a otras especies de la fauna local.
Gusta de llevar larga caña cebera de longitud indeterminada pero siempre por encima de seis metros a modo de lanza en ristre quijotina y una lombricera de esparto atada a la cintura donde esconde cuarto de kilo de animalitos alargados, blandos y sonrosados que ensarta en un anzuelo con un buen arponcillo que suele lubricar con su propio esmegma, ritual ancestral que realiza cada comienzo de jornada ante la creencia de que penetra mejor la dura quijada de las truchas. Dichos anélidos oligoquetos son recolectados en zonas efluentes de aguas ponzoñosas o en prados húmedos y bien excrementados, por lo que no es raro poderlos localizar en los alrededores de sitios inmundos. El Cestero de río denomina a este peculiar cebo como “lumbrí” aunque también se ha detectado que recolecta larvas acuáticas de diversos insectos bajo las piedras que él denomina genéricamente “husarapa”. Autores de la talla del profesor Rober To Prieto aseguran que existen poblaciones de este homínido distribuidas en pequeñas poblaciones diseminadas por toda la península considerando la amplia nomenclatura científica que aparece en los tratados sobre esta especie: Cesterus Energúmenus, Cesterus aniquilator o Cesterus fritanguis, aseguran que están emparentados entre sí aunque cada uno mantiene sus características locales, en la creencia científica de que se ha estudiado poco esta especie, su departameneto universitario (UwM) está preparando una campaña de estudio durante sus eclosiones primaverales por los ríos, ya que el resto del año es muy extraña su observación de campo. Para los especímenes endemicos objeto de este artículo su principal particularidad es que la cesta sea de mimbre renegrida y que aparente que caben dentro de cinco a siete kilos de truchas de todos los tamaños, a ser posible gordas, pero tampoco desprecia las menudas, los barbos, las bogas, los cachuelos o las ranas.
De complexión recia y aspecto enjuto y cetrino, su función en los ecosistemas es la de exterminar de forma sistemática las truchas autóctonas, ya que en su inconsciente atávico sueña con el día en el que las gargantas que bajan del Padre Almanzor se llenen de truchas repobladas de tres o cuatro kilos cada una. Una de las características de su comportamiento es que gusta de adornar las orillas de objetos brillantes como latas vacías de cerveza, colillas de rubio y gurruños de papel de aluminio tras devorar el bocadillo choricero picante. Se supone que este tipo de alimentación a pie de río les provoca la necesidad de evacuar de cuando en cuando mojones de un diámetro excesivo que, a decir de algunos etnozoólogos especialistas en dilataciones esfinterinas o churretes coliteros, adorna con pedazos de papel higiénico alrededor a modo de reclamo o trampa combinatoria entre lo brillante y lo escatológico, que algunos expertos (Dr. J. de Lomo et al.) han relacionado con marcas territoriales. Después de observar una clara recesión en el número de ejemplares a finales del siglo pasado y principios de éste el equipo de la Dr. de Lomo se aventuró a pronosticar que la especie se exterminaría irremediablemente, pero parece ser muy resistente a las enfermedades conservacionistas y a todo tipo de pestes modernas (Sistema Soplapollae, primera edición 1995). Algunas investigaciones recientes realizadas por la University of Columbia en colaboración con el departamento de antropobiología de la Universidad de west Membrilla (campus de Brazatortas), explican que su alimentación exclusivamente piscívora complementada con níscalos y espárragos trigueros les hace inmunes a la sensibilidad, la higiene mental y la epidemia causada por el hongo “catch and reléase” procedente del continente americano y que tantos cesteros se llevó por delante.
El Cesterus veratus -como he mencionado- es un endemismo de homo erectus que congrega a no pocos observadores paleoantropológicos prismáticos en ristre que observan su deambular por la orilla de las gargantas veratas. Uno de ellos, el afamado paleantropólogo mexicano Dr. Maximiliano del Horto, se aventuró a capturar varios ejemplares de esta especie y los mantuvo en cautividad durante varios meses enjaulados en el zoológico de Solanilla del Tamaral mientras desarrollaba sus investigaciones como profesor adjunto en el departamento de etnoantropología de la Universidad de west Membrilla (campus de Brazatortas) en la década de los ’90 del siglo pasado, tratando en laboratorios de máxima seguridad de extirparles el cesto de la cadera utilizando microcirugía laser y electroshock con resultado de muerte por rabia para todos los especímenes. El citado especialista se haya en la actualidad inoculando esporas debilitadas del hongo "catch and reléase" a diferentes variedades de anélidos autóctonos que luego suelta en los lugares adecuados con la esperanza de que el Cestero de río abandone la grosera costumbre de matar truchas. Pero los resultados no son esperanzadores. Su asilvestramiento hace recomendable que los otros pescadores mantengan una prudente distancia de entre cien y doscientos metros de los puntos donde lanza su larguísima caña y su famosa “lumbrí” con anzuelo empozoñado de esmegma y estén atentos a cualquier señal que realicen fuera de la normalidad para poder resguardarse en zonas seguras.
Catalogada como “Especie en peligro de implosión” en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN, mantiene a los investigadores expectantes ante la evolución de sus poblaciones.
Jajajaja
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