Noto que pasan varios días hasta que se elimina de mi cara el rictus de perplejidad que, como huella de la ignominia, dejan las intervenciones de aquéllos desdichados que han elegido el camino para el que la naturaleza no les ha concedido el talento necesario.
Y no hablo de pescar, ya que esta actividad la puede hacer cualquiera que no tenga sus capacidades demasiado mermadas, haya aprendido a perpetrar la imitación de una mosca con unos pelos y unas plumas -o con unos gramos de wolframio- sobre un anzuelo y luego la sepa echar al agua de forma más o menos torpe.
Me refiero al juego de sensaciones que emana de una actividad asaz simple, cotidiana, común y ancestral como se torna sacar un pez del agua y a la incontinencia que provoca en los que se han sentido iluminados por un rayo de creatividad que no les ha tocado y del que ni tan siquiera han visto su penumbra a lo lejos.
Son multitudinarias las manifestaciones artísticas relacionadas con la pesca, representadas casi todas al albur de artes clásicas como las literarias, musicales o pictóricas; ya que han sido pocos los virtuosos que han querido reflejar en soporte audiovisual las consecuencias de su apasionamiento y además bastantes menos los que han conseguido transmitirlo. Es más, en muchas ocasiones estas manifestaciones se han reducido en tratados técnicos sin que se les pueda otorgar categoría artística.
El no querer asumir las limitaciones intelectuales y las carencias formativas, y mostrarlas públicamente, seguramente sea un pecado grave, aunque quizá sea consecuente ya que al fin y al cabo cada uno se impele a rendir las cuentas que su ego le demanda. Pero la ofensa a la inteligencia a la que nos someten constantemente estos iluminados de la pesca en forma de agresiones literarias, en los que una hipotética policía de la RAE les detendría -si eso fuese posible- y otro hipotético tribunal de la misma institución les condenaría a volver al parvulario y repetir toda la enseñanza primaria, no se les puede perdonar.
Por otro lado imploro a la Academia de Cine a que deje claro, a través de algún manifiesto público, que cualquier engendro reflejado en soporte audiovisual no es una película ni, por supuesto, tampoco es cine por mucho que lo afirme su autor. Lo mismo que una redacción de un alumno de primaria no es literatura y unos garabatos de un niño no es una obra pictórica (aunque seguramente tengan más mérito, estilo y clase que mucho de lo que se lee, se escucha y se ve por la blogosfera y las redes sociales que la publicitan).
No sería cabal realizar una crítica tan áspera sin ofrecer alternativas para no desaprovechar los grandes caudales de voluntad que exponen estos personajes. La fotografía es un arte que en muchísimas ocasiones queda ocultado tras la técnica y las amplias posibilidades tecnológicas actuales, es económica y no lleva mucho tiempo consumirla ni realizarla. Ahora cualquiera puede ser un buen fotógrafo, ¿no os habéis dado cuenta?
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