Pero felizmente, para algunos iluminados este tiempo ya ha pasado; ya no hace falta saber leer, basta con que te suenen la letras y que mezclándolas formen palabras; lo que signifiquen juntas, por si solas o para qué se utilicen da lo mismo, es suficiente con que se consigan seguidores que alimenten el ego de literato, aunque sean también un poco deficientes.
¡Ay de aquél que no quiera diferenciarse!, aquél que ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo ha intentado, a menudo estará solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo, aunque ese precio sea el del ridículo.
El imprescindible aliento que recibirá de aquellos que, deseosos de interpretar los sinsentidos y desvaríos del diferente no repriman su entusiasmo, será el báculo en el que se sustenten nuevas osadías léxicas que, como una bola de nieve que baja una cuesta, crecerán hasta que algún día choquen contra las duras rocas de la realidad.
Los que se han dejado llevar por esta mala resaca estarán perdidos por siempre en la inmensidad del mar de la indiferencia, pero aquellos a los que todavía les queda una candela de lucidez, no deberían dejarse arrastrar por esta marea de mediocridad.
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