Hay actitudes y caras que me resultan tan displicentes como anodinas, quizá sea una asociación fisonómica como consecuencia de lo que, acompañadas con el resto de su cuerpo, dejan escrito que, a poco que no se equivoquen, reflejan su ideario y su forma de afrontar su existencia y de querer dirigir la de los demás.
Por insondables, me resultan curiosas esas actitudes proselitistas que, con detestables y se supone que, indiscutibles argumentos, tratan los de los demás y sus razones como desecho del intelecto. Son posiciones arrogantes que ni por un momento se han planteado analizar el origen de las bases de su discurso, bases impuestas que emanan de un reducido número de conspicuos argumentistas fajados en la mediocridad de la demagogia resultadista.
Encuentro bastantes, pero creo que el mayor problema que tiene este sistema de manipulación de la información es que el segundo escalafón de tertulianos, los que realmente entran en el debate cuerpo a cuerpo, no soportan un asalto dialéctico, ya que su argumentación se desmorona y denota la orfandad y la desnudez con que los han entregado sus popes mediáticos. Cuando esto pasa, siempre tienen la posibilidad de recurrir a las viejas costumbres de intimidar al contrincante, de denostarle o en el peor de los casos de violentarle, actuaciones que son fruto de una tradición muy arraigada que sigue dando resultados. Mientras, los de la primera línea, que no se entretienen en estas actitudes arrabaleras, se dedican a la gran política donde dejan en evidencia su falta de pericia.
Hay diferentes maneras de defender la pesca, pero disfrazar unos intereses particulares de forma que parezcan generales no es la mejor. Estos métodos torticeros pueden dar alas a aquellos que sólo la ven como un modo de crueldad contra los animales.
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