Cualquiera que haya seguido este blog habrá sacado, entre otras, la conclusión de que aborrezco la chabacanería, la falsa modestia y la arrogancia, pero tanto o más huyo de la pedantería como medio utilizado para destacar.
No seré yo el que diga que en el punto medio esta la virtud, porque obviamente mi personaje no está en él; si tuviera que elegir entre todas estas condiciones tan humanas, sin duda saldría corriendo, pero si de escribir se trata sobre una de ellas, la pedantería puede resultar de lo más terapéutico para mi castigado intelecto por tanto osado con acceso a publicar sus impulsos, convulsiones y ocurrencias.
Leamos, pues, estas dos definiciones que reconocidos pensadores españoles han identificado en sus congéneres:
Un pedante es un estúpido adulterado por el estudio.
El intelectual pedante oculta su ignorancia bajo la pretenciosidad.
Ya tenemos un punto de partida, según los autores de estas frases un pedante es estúpido, ignorante y pretencioso. No dista mucho en esto de los interfectos que hasta ahora hemos tratado, por lo que se puede decir que están hechos de la misma materia, pero existe un matiz importante que los diferencia de aquéllos: tiene estudios, lo que le da más posibilidades para incrementar estos vicios. Una verdadera lástima, porque el mismo esfuerzo hubiera hecho la sociedad para que algún otro con menos posibles hubiera aprovechado tanto derroche para sufragar esta impostura y, por supuesto, dándole la posibilidad de adquirir ese adulterado barniz cultural nos hemos perdido el poder disfrutar de otro de esos particulares personajes que habitualmente nutren mis artículos, aunque afortunadamente de estos últimos existe un filón inagotable y cada día se descubren más.
En un mundillo tan heterogéneo como es el que formamos los pescadores, existen, ¡como no!, nichos reservados a los pedantes. Identificarlos no es difícil, ofrezco algunas pistas.
Utiliza mucho los anglicismos en sus explicaciones y a veces, directamente, se expresa en el idioma inglés utilizando términos técnicos para demostrar que está en un nivel superior a los que no entienden ese idioma (o no entienden lo que él cree que es ese idioma). Cree quedar guay entre los que se acomplejan voluntariamente por no saber interpretar sus escritos (porque él, en si mismo, se cree guay), pero con un somero análisis podemos observar que no deja de ser ésta una situación grotesca, tanto para el transmisor del encriptado mensaje como para el receptor que lo asimila sin ningún tipo de reflexión.
Otro de sus vicios es creerse en posesión del don de la eterna e irrelevante discusión, puede plantear interminables y fatigosos temas con los que debatir hasta la extenuación y si, por desgracia para el resto de los que tengan que hacer el ingrato sacrificio de atender, en el medio donde se encuentra impartiendo su perorata existen más individuos de su especie, la situación tiende a convertirse en una pesadilla pseudo-intelectual con tintes cursis en la que hay que ser una persona con la cabeza muy bien amueblada para tomárselo con el suficiente humor como para descojonarse de los contendientes y no caer en el más absoluto de los tedios. Eso si, cuídate de descojonarte en silencio, porque para demostrar tu ironía o sarcasmo, debes ser muy delicado -o muy campechano- para poder hacerlo en público, porque si te pillan en renuncio serás un proscrito en el paraíso de la pedantería y, si alguna razón inconfesable y fundamental te ata a ese edén, nunca llegarás a comulgar con ellos ni alcanzarás el nirvana que proporcionan los ríos más secretos y prístinos.
El pedante tiende a hacer recua e incluso llega a asociarse con sus semejantes para encontrar el calor que les deniegan los que después de sufrirlos los aborrecen. Entre ellos sienten una relación amor-odio que se refleja en sus tormentosas relaciones ya que, si ni ellos mismos se aguantan, poco van a hacer por aguantar a otro semejante. Sucede que al mismo tiempo se necesitan porque son los únicos que se comprenden y de esta forma unen sus destinos y crean una alianza de pedantería que hace taparse la nariz a los incautos que se les acercan.
No he nombrado entre las cualidades y vicios que acompañan a los pedantes uno que sin duda les delata desde el primer momento y que debe poner rápidamente en precaución a todo aquél que no desee ser cautivo de su artimañas dialécticas y de sus demostraciones empíricas de andar por casa, o por el contrario a aquél que sabiendo donde se mete podrá estar atento para preparar toda su artillería de sorna para dispararla en el momento que asome un flanco débil el pedante. Se trata de la impertinencia, no hace falta describirla porque todos la descubrimos rápido, pero si conviene estar atentos para detectarla desde el primer momento.
Creo que con estas notas el lector ya está preparado para localizar a estos individuos y obrar en consecuencia, yo personalmente me lo paso muy bien disparando a su línea de flotación.
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