Eclesiastés 1,2-11
El afán del ser humano por dejar huella en el mundo es tan antiguo como la vanidad. Ya sabéis ese orgullo de los que tienen en un alto concepto sus propios méritos y una avidez excesiva de ser admirado y considerado por ellos.
Algunos han hechos inmensos esfuerzos en pos de calmar ese prurito que emana de más allá de una piel escamosa o de un sarpullido pasajero y han querido reflejarlo en episodios literarios vergonzantes o en producciones cinematográficas bochornosas, o en los dos juntos a la vez.
Es el bochorno esa sensación que me produce desazón al visualizar aquellas obras y actuaciones piscatorias que lejos de bordear la frontera del ridículo, la traspasan para situarse en un género que definiré como transgresor, ya que supera los que los amantes de la probidad y las buenas costumbres podemos soportar sin que el rubor invada nuestras mejillas ni la bobería insulte nuestro intelecto.
Por lo que ya podemos definir este nuevo género como “cine transgresor del ridículo”; señores, la sandez da para ésto y para mucho más que nos podamos esperar. En esta época de divulgadores bochornosos todo lo publicado hasta ahora no sirve como referencia: debemos estar preparados.