Los montadores ocuparon sus respectivos sitios. Allí estaban los hermanos del Círculo Prefecto, el Montaraz de Al-carria-narüll que montaba moscas más espeluchás que una gallina matá a escobazos, Pacügitor Hierbaverde con su inseparable pipa, Azjerotamir y otros muchos que habían venido desde los cuatro puntos cardinales de la Tierra Media, desde Rohinleönhin, a Cuen-cadur , pasando por Gallithormil o Astur-natur; allí también estaba el mismísimo Mago de la Perfección Liz-arg-daril y el Mago Disecabichos Anduroig Toucedörnïll, pero no había ni rastro de Saurancho y Gollumero.
Todos tomaron sus bártulos y comenzaron la faena. Unos montaban efémera, otros, tricos, había quien se afanaba en montar terrestres y aún Azjerotamir se atrevió a montar una mosca de salmón, mientras el montaraz de Al-carria-narüll comenzaba a montar un alicuéncano más feo que un pie sin uñas.
Fcodo se comía los puños de rabia, mientras veía como curiosos, admiradores y demás pelotas se acercaban a las mesas a ver cómo se desarrollaba la sesión, pero en un alarde de autocontrol al que no estaba acostumbrado, consiguió no dar un grito y proclamar a los cuatro vientos que él era el mejor, el único montador genuino de cuantos estaban allí –con el permiso de Azjerotamir al que mostraba un respeto reverencial desde tiempos inmemoriales-.
Allí entre los curiosos podía ver cómo se afanaban los montadores y cómo los segundones de la pesca los admiraban, mientras él con desprecio reconocía a cada uno de ellos. Reconoció al Senescal de Saurancho, Vitüriduril Flequillolacio, al infame Gloin Rojo, a Protureduir Lengua de Serpiente, al Mago Azul Gügardosul; el propio Lagutlas estaba allí tras haberle abandonado en Astur-natur, junto con Frhäntürin el enano trepador, el mismísimo Mago Blanco corrompido por las artes de Saurancho y aliado ahora de Gollumero, además de gran Mago del Ego Virutuir y su séquito de palmeros . Algunos orcos segundones le hacían la rosca al orco a Hag-ürug-gil que también había acudido, el virrey del Törmeduril Carmin Pisanur y sus dos adláteres Axel Petro Trimortino y Bossarias Güestia. Ninguno de ellos merecía estar en la memoria de los hombres y en los anales épicos de los elfos que hablan de la pesca a mosca, pensaba Fcodo, excepto él mismo y quizás Azjerotamir.
- Fcodo- interrumpió Sam los pensamientos de su amigo- ¿no hemos visto aún a Gollumero y a Saurancho a pesar de lo que nos aseguró Xanegar?-.
- Algo hay que no cuadra, pero aún así debemos esperar hasta que acabe esto. Me extraña que Saurancho no intente subyugar a todos con el montaje del Perdigón Único en esta reunión. Es el lugar y el momento propicio. En un solo acto podría someter a todos los montadores de la Tierra Media –dijo Fcodo mientras se pasaba la mano por la papada en significativo gesto de preocupación-.
Al punto, los montadores fueron terminando sus obras y cuando el último lo hizo, Tronchapeines tomó de nuevo la palabra.
- Queridos amigos y admiradores, éstos son los montajes que nos han presentado los expertos en esta sesión – dijo mientras señalaba los tornos que encima de la mesa mostraban las moscas terminadas-.
Todos se arremolinaban alrededor de las moscas y comentaban los montajes, preguntaban a los montadores y curioseaban los materiales con los que habían sido hechas. Unos decían que las moscas de los Hermanos del Círculo Prefecto eran buenas, todos sin excepción admiraban las moscas del Gran Mago de la Perfección Liz-arg-daril. Otros miraban las moscas del Montaraz de Al-carria-narüll y decían que eran buenas para pescar el Padre Tajordarhüll, mientras otros decían que no les gustaban porque parecían hechas con los pelos del sobaco de un albino. Entre todo el tumulto, Tronchapeines tomó una vez más la palabra.
- Esto no ha sido todo amigos, aún hay un último plato que he reservado para todos vosotros…
Fcodo y Sam se acercaron a la tribuna y se escondieron tras el grupo de Perdigoneros del Norte que protestaban por no haber visto montar a ningún maestro perdigón alguno. Sam, para disimular comenzó a protestar junto a ellos, mientras Fcodo le vigilaba de reojo, pues sabía de las malas artes de los Perdigoneros competidores y de los hechizos que eran capaces de lanzar a los incautos.
Por la esquina derecha tras una mampara se escucharon unos pasos que se acercaban a la mesa en la que se habían montado las moscas y allí frente a Sam y Fcodo aparecieron solemnemente sus dos archienemigos, Gollumero y Saurancho.
- Sam, no les mires a los ojos, evita su mirada directa o te verás arrastrado al abismo negro de su negra conciencia – dijo Fcodo mirando atrás con cautela por la cercanía de los Perdigoneros a su amado Sam-.
- Fcodo, yo voy a por ellos, yo los crujo… -dijo Sam mientras se echaba delante de forma decidida-.
- Tente Sam, aún no es el momento. Esperemos el instante oportuno. Recuerda nuestro objetivo. Debemos destruir el Perdigón Único y hasta que no lo hayan montado, nada provechoso sacaremos de un enfrentamiento abierto –dijo Fcodo, sujetando el brazo de Sam-.
Saurancho y Gollumero tomaron asiento y comenzaron a sacar sus herramientas: torno, pinzas, tijeras, portabobinas… y del fondo de una bolsa un bote de epoxy de los chinos… ¡¡¡y las gafas de culovaso que le arrebataron a la Comunidad de Degustando Ricas Pitanzas en el Monte!!!.
- ¡¡Malditas alimañas!! – masculló Sam-.
- Espera Sam, aún no…
Saurancho sacó un anzuelo del dieciocho forjado por las expertas manos de los Reyes Antiguos de los Enanos en los tiempos de Valinor. Fue forjado en mithrïl extraído de las entrañas de la montaña por las duras manos de los Enanos Mineros de Constamoria. Pasó una bola dorada de diente de Dragón que se había torneado de una pieza tras la derrota de Smaug en la Colina Solitaria, cerca del pico Öjcehaun, hasta el ojal y lo fijó en el torno. Comenzó a atar el hilo de montaje de seda que tejieron las expertas manos de las doncellas de los elfos de Alto Jardín. Tomó el portabobinas con la brinca venenosa y la enrolló a lo largo de la tija del anzuelo mientras todos los presentes quedaban absortos en un trance que les impedía pensar en nada más que en el Perdigón y eran atrapados por la negra conciencia de Saurancho.
- ¡¡ Sam, no mires, no le mires a los ojos. Evita mirar los destellos del Perdigón o te verás esclavizado como todos estos desdichados!! –dijo Fcodo en un tono desesperado a su amigo mientras un resplandor dorado iluminaba la estancia-.
Llevó el hilo de montaje hasta la cabeza del Perdigón y anudó el hilo. Tomó el epoxy de los chinos y lo impregnó a lo largo de la mosca.
- Arrrggg…uuugggg…Saurancho,SeñorOscuro…arrrggguggggg…Gollumero…Gollumero…mi Tessssoro…recuerde que es importante dar el epoxy en forma cónica…Gollumero…Gollumero…Mi Tesssoro…los conos, las siluetas, Gollumero…uuuugggg… - balbuceaba Gollumero mientras Saurancho extendía con cuidado el epoxy ante una audiencia fuera de sí, en trance, poseída por una fuerza oscura, atrapada en una nube negra que sobre ellos se cernía-.
Saurancho tomó las gafas de culovaso y se las puso, y en ese preciso instante se oyó un grito desgarrador entre el público.
- ¡¡¡Ahora Sam, a él, su mirada hipnotizadora está mermada por los cristales de culovaso y no puede dominar nuestras mentes!!!. ¡¡¡Por la ética mosquera, por los buenos y viejos maestros mosqueros, por la única y verdadera pesca a mosca, a más decir, a mosca seca, destruyamos el Perdigón!!!
Fcodo se abalanzó sobre la mesa de montaje manoteando y empujando con la tripa. De un manotazo tiró el torno y el perdigón calló al suelo cerca de Sam.
- ¡¡Cógelo, cógelo y destrúyelo Sam!! – gritó Fcodo fuera de sí-.
El Perdigón Único estaba en el suelo, allí junto a los pies de Sam. Brillaba, resplandecía con un aura dorada que hacía imposible apartar la vista de él. En un instante eterno pasaron por la mente de Sam imágenes de ríos, montañas, truchas como barras de pan de a kilo. Una voz retumbaba en su mente: te daré todas las truchas que quierassssss, serás el campeón entre los campeonesssss, yo arrodillaré a tus pies a tus rivalessssss, serás un grannnn campeónnnnnn, todos tus enemigosssss quedarán condenados a pescar en los intensivos con berberecho de lataaaaaaa…- decía una voz profunda, extraña, propia de otros tiempos y otros mundos-.
Sam dudó, se intentó resistir a la tentación del Perdigón. Lo tomó en su mano sin poder apartar la mirada del resplandor que emanaba de él. Lo puso a la altura de sus ojos con la palma de la mano extendida y lo miró, con los ojos perdidos en su infinito fulgor. Cerró el puño poco a poco, en un esfuerzo titánico de resistencia, levantó el brazo apuntando a la ventana abierta que estaba junto a la puerta de salida, echó el brazo hacia atrás… Fcodo, en el suelo siguió con sus ojos como en cámara lenta la lucha de su amigo contra el dominio que sobre él ejercía el perdigón, atónito, con la boca abierta, la frente sudorosa, la cara de pánfilo y la papada temblona.
- ¡¡Tíralo Sam, tíralo a la calle, no lo mires, tíraloooooooo!!- gritó desgarradoramente soltando un puñado de pepitos por la boca-.
Sam giró la cabeza un instante, miró a su amigo Fcodo, volvió a mirar el Perdigón y en un gesto rápido y decidido, armó el brazo lo proyectó hacia delante y se metió el Perdigón en el bolsillo de la camisa de Degustando Ricas Pitanzas en el Monte.
- ¡¡¡¡¡ Nooooooooooo, noooooooooo….!!!!! –aulló Fcodo al ver cómo Sam Bolsabás se guardaba el Perdigón Único en el bolsillo- …¡¡¡noooooooo…!!!.
Sam Bolsabás se giró sobre su viejo compañero del alma que había conocido hacía unos meses y mirándole a los ojos, le dijo:
- Amigo, la moral mosquera y esos rollos está muy bien, pero al ver la luz del Perdigón Único he comprendido cuál es el sentido de mi vida además de recoger botellas en el río y meterlas en las bolsas de basura amarillas: voy a competir.
- ¡¡¡¡ Nooooo…abominación…has caído en el más profundo de los abismos, a más decir, en el más insondable de ellos!!!!.
Todo quedó suspendido en un instante eterno, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Una luz dorada iluminó la instancia mientras una melodía de arpa élfica y voz de doncella de de los elfos de Alto Jardín cantaba una vieja balada de los tiempos de Isildur. Todos los allí presentes estaban como congelados en un fotograma fijo y sólo Sam Bolsabás y Fcodo se movían lentamente. El primero se giró hacia las mesas en las que los expositores comerciales mostraban sus artículos y con un paso ralentizado por un instante infinito tomó una caña de 11 pies en su mano, un carrete Vivarellinör cargado únicamente con nilon, una sacadera más ancha que una espuerta de vendimiar y salió por la puerta mientras Fcodo, en el suelo, con el brazo extendido, continuaba profiriendo un grito continúo.
- ¡¡¡Noooooooooooooo…..!!!.
Sam Bolsabás desapareció por la puerta y en ese instante el resplandor dorado cesó y todos los presentes volvieron a su sí.
- Joder –dijo Tronchapeines-, ¿cómo te ha dado por tirarte a la mesa de montaje como un jabalí, cacho acémila? No sabemos ni dónde ha ido a parar el torno con la mosca. Saurancho, venga móntate otro que éste tordo nos ha reventao la toma. ¡¡Seguridad, seguridad, saquen a este alborotador de aquí!!
Fcodo fue invitado a salir de la estancia y se sentó en el quicio de la puerta de entrada lamentándose para sus adentros por lo sucedido. Había perdido a su amigo del alma que había conocido hacía unos meses, y se había forjado finalmente el Perdigón Único.
- Oiga Señor, ¿sabe si se puede entrar todavía a la sesión de montaje? Estoy aprendiendo a pescar a mosca y me han dicho que aquí podría aprender a montar viendo a los mejores –dijo una voz dirigiéndose a Fcodo-.
- Muchacho, ¿cómo pescas?- respondió Fcodo levantando tímidamente la mirada-
- A seca señor, me gusta pescar a seca- respondió el muchacho-.
- Ven. Quizá yo pueda ayudarte. Yo soy un aprendiz, empero, mis lecciones las tomé de los grandes maestros mosqueros que fraguaron la verdadera moral mosquera en las orillas del Padre Tajordarhüll -dijo Fcodo poniendo pecho palomo-.
- Vamos caminando y te contaré algunas cosas y así puede ser que algún día pesques conmigo. Atisbo en tu mirada que por tus venas corre verdadera sangre mosquera, a más decir, mosquera de pescador de mosca seca- continuó Fcodo, mientras ambos nuevos grandes amigos del alma se alejaban hacia el Oeste, con el sol poniéndose, indicando la ruta a seguir para llegar más allá del Mar del Oeste donde vive Val-Erielrond sableando a los que le visitan y pescando truchas como barras de pan de a kilo que nunca se agotan-.
FIN