domingo, 19 de febrero de 2017

La malevolencia extrínseca



La malicia en este blog no está en las ideas que reflejan sus escritos, si no en la interpretación que cada uno hace  de ellas. No niego que hay personajes inspiradores que han servido para estimular mi imaginación a la hora fabular y darles su caracterización, pero cada uno de los que lo leemos vamos identificando a los nuestros a medida que avanzamos en la asimilación de cada texto.

Su escritura y la publicación no deja de ser un juego banal sin más pretensiones que abrir una ventana por la que pueda entrar aire fresco en un ambiente denso y cargado que se ha generado por un estado de ánimo uniforme y anquilosado en la necedad del discurso de una corriente continua; no tiene otro propósito que  intentar  interponer algún accidente en la trayectoria de un río tan aburrido; es fruto de un guión basado en hechos reales o ficticios, pero siempre tamizados por el prisma de un humor, a veces sarcástico, otras irónico y otras sin mucha intención de ser hiriente y, casi siempre, mezclando estas tres cualidades con alguna otra que incluso a mí se me puede escapar.

En la entonación mental del exabrupto, que presumo me dedican habitualmente muchos de mis lectores, está el matiz en la sensación que les producen mis publicaciones, este tono es muy importante porque extrae del lector emociones muy diferentes, comprendiendo un paisaje que abarca desde la ira desbordada a una implícita, tenue y silenciosa complicidad.

Se pueden identificar varios actores en cada una de las entradas que he publicado en mi trayectoria literaria, además del autor que habla en primera persona, están los siguientes personajes y semovientes:


Los aludidos pueden llegar a pensar que existe una cierta intencionalidad perversa hacia ellos en algunas de mis publicaciones, pero prefieren mejorar su estado mental dejando pasar de largo esta posibilidad, si bien es posible que les quede un cierto resquemor que puede tornarse en hilaridad a nada que quieran tener abierta una puerta a la autocrítica.

Los ofendidos tienen una característica común, un ego tan inmenso que se creen participes de todas mis diatribas, aunque les pasen de lejos o sólo les toquen de refilón. Son insaciables en cuanto al consumo de críticas, alimentándose de las laudatorias y despreciando siempre las peyorativas. A fuerza de ser tan sentidos, tienen muchas posibilidades de convertirse en resentidos.

Los ofensores son los que no se ven en personajes descritos sino que los relacionan con aquéllos que pertenecen a su ámbito cercano de conocidos, los pueden asociar jovialmente con amigos,  pero para guardar una cierta salubridad mental tienden siempre a identificar a mis personajes con alguno con el que mantengan una cierta enemistad (suele ser más divertido). Este grupo sabe disfrutar de la lectura sin complicarse más que de tener un cierto posicionamiento empático a través de su interpretación del texto.

Los omitidos, en este apartado caben todos mis lectores: sólo forman parte del resto de categorías aquéllos personajes que quieren participar en la trama de las historias o de las descripciones que narro, pero si alguno no se siente bien en ninguna de las interpretaciones artísticas o incluso si no se siente un personaje, es tan fácil como negarse a representarse o a sentirse representado. Por supuesto que a este grupo pertenecen muchos que no saben que existo y al descubrirme podrían incluirse rápidamente en cualquiera de los otros tres.

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